En pocas palabras: desde el propio Ejecutivo se admite que hubo equivocación en el enfoque de la política económica seguida hasta hoy -equivocación que la oposición califica de fracaso- y también se acepta que es necesario rectificar rumbos.
Todo muy bonito. Muy democrático. Sin embargo ¿no es desesperante comprobar que, ya tarde, se reconozcan yerros que la crítica ha venido advirtiendo a gritos desde hace dos años y que los responsables de esa política sigan impávidos pontificando sobre economía?
No se necesitaba ser graduado en Universidad norteamericana ni inglesa, ni siquiera se requería ser economista, para haber advertido que las crisis y las relativas bonanzas peruanas se producen cíclicamente al ritmo de nuestra balanza de pagos. Cada caída o alza de los precios de nuestros productos de exportación marca la crisis o la bonanza. De allí que, ya desde la anterior gestión ministerial -porque ningún cambio sustancial ha ocurrido con el reemplazo de los universitarios del Cosmos por los del Dínamo-, señalábamos que había que ser avaros con las divisas que nos entraban en la época de las vacas gordas, que le tocó al ministro Silva Ruete, y que era necesario apoyar al aparato productivo en general, incluida la industria, principalmente al sector exportador no tradicional.
Apoyábamos y apoyamos a la industria no por simpatías personales ni por Interés. Más de una vez hemos comprobado que entre los industriales abunda gente fenicia, ignorante, egoísta y prepotente. Y no hemos callado esta apreciación. Pero sabemos que la industria es generadora de empleos bien remunerados, abundantes y que aumentan la capacidad del hombre peruano. También que puede ser fuerte productora de divisas. Por eso la apoyamos, no por simpatía ni amistad. Tampoco nos preocupa si los industriales hicieron o no su agosto con los militares. Son esas, reacciones pequeñas, mezquinas, impropias de estadísticas y que nade tienen que ver con la salud y los Intereses de la República.
Ni la administración Silva Ruete, ni la actual, se preocuparon de fortalecer el aparato productivo, de quitar los obstáculos que frenan su desarrollo -estabilidad laboral y comunidad, tal como están concebidas- y más bien estuvieron prontos a hacer experimentos universitarios con el pequeño chorro de divisas que nos cayó en el cíclico auge de los precios de exportación. Al equipo del Dínamo le correspondió abrir las puertas a la importación, que era una medida ya lista en el lapicero de la gente del Cosmos, y también le tocó a los equipistas de Ulloa acentuar la política monetarista de la que es representante connotado Manuel Moreyra.
El resultado está a la vista -agravado por la crisis mundial- y nos releva de mayores comentarios. Comentarios, por otra parte, que de nada servirían, que serían absolutamente inútiles, porque dar por callada la respuesta es la costumbre del gobierno.
Alan García
ESO de que el gobierno no responda a las críticas que se le hacen con la prontitud y en la dirección que se quisiera, no le hace gracia a nadie; pero al flamante secretario general del Apra, Alan García, lo saca de quicio, y lo hace llegar a extremos preocupantes. Es comprensible que el joven Alan califique de arrogante, soberbia y prepotente a esta actitud del premier y sus lugartenientes, pero de allí a dejarse atacar por la rabia y afirmar que no hay democracia en el país porque la mayoría no hace lo que la minoría exige, es caer en la tentación totalitaria, a la que no creíamos proclive al nuevo secretario general aprista. También es desbarrancarse en esa tentación, cuando se alega, sin prueba electoral alguna, que el gobierno ya no representa a las mayorías nacionales y cuando se califica de fortuita y sólo formal la credencial popular del año 80, "producto y accidente de una contingencia electoral" ya superada.
Democracia no es saber escuchar, como dice el diputado Alan García, sino oportunidad de criticar y esa oportunidad es amplia hoy en el Perú. Hay diálogo, aunque a muchos nos desespere el modo de callar y de no hacer caso que tiene el gobierno. Democracia es libertad para opinar y oponerse. Y también es mandato para gobernar, que otorga la mayoría electoral; mandato que es necesario acatar, porque es la ley suprema de la democracia, aunque nos disguste y nos parezca irracional la actuación de los gobernantes -siempre estas cosas podrían ser al revés-; y, además, mandato al que todos pueden aspirar al término del plazo de cinco años señalado por la Constitución que lleva el nombre de Haya de la Torre. A los cinco años. No antes. Porque eso es golpismo; aunque el golpe se dé desde la Cámara y no desde los cuarteles.
Una guerra perdida
DIJO el premier Ulloa ante las cámaras de la TV, respondiendo a OIGA, que él opina que no es guerra perdida la que está librando la policía contra el terrorismo y que ya pronto se verá el resultado de los planes que están en preparación. Y nosotros le replicamos que sí es guerra perdida la lucha contra el terrorismo, si se le sigue encarando como hasta hoy: porque nada en preparación puede tener una policía que no está entrenada para esa lucha, que carece por completo de servicio de inteligencia -y esto lo sabe o debería saberlo muy bien el premier- y que no cuenta con armas adecuadas ni con medios de comunicación suficientes. Más aún, aunque contara con más armas y fuera mayor el número de policías, tampoco sería posible derrotar al fanatismo de Sendero Luminoso con una policía incapacitada para semejante tarea, porque su cometido es otro, porque su entrenamiento apunta en otra dirección.
Para afrontar la situación hay que cambiar por completo la visión del problema.
El premier y los altos ejecutivos del gobierno debieran saber que el golpe del año 68 no fue consecuencia de entregar el mando de la lucha antiguerrillera al Ejército. En este asunto están absolutamente equivocados. La acción antiguerrilIera aumentó la inquietud social y política de algunos oficiales ya politizados también sensibilizados por el kibut israelita-, pero no fue ni remotamente motivo del golpe. Velasco no tuvo contacto con las guerrillas ni tuvo entrenamiento de inteligencia en Israel.
También deberían entender todos -gobierno, ciudadanía y partidos políticos sin excepción-- que la guerra contra el terrorismo es tarea común de todos, incluidas las organizaciones de izquierda, porque el objetivo de los fanáticos seguidores del Camarada Gonzalo es borrar, arrasar, la política existente, sin distingo alguno. Sin una acción común cualquier operativo puramente militar nada podrá hacer para derrotar a un movimiento guerrillero ultrasecreto, con una organización sumamente sofisticada y con un potencial de lucha tremendo, fruto de una mística pacientemente cultivada durante años. Sendero Luminoso no es la guerrilla romántica e ilusa del sesenticinco.
Es cierto, por otra parte, que la caída del régimen de Acción Popular no está en los objetivos de la guerrilla de Abimael Guzmán. Ella apunta más lejos, con paciencia andina. Pero, ¿por qué no vamos a inquietarnos quienes aquí, en esta patria, pensamos dejar nuestros huesos y aquí legar un futuro para nuestros hijos? ¿Y por qué no ha de pensar igual que nosotros el gobierno?
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Oiga! Don Paco