LA suerte electoral está echada. Los dados ruedan sobre la
mesa y el resultado, salvo milagros o cataclismos que no son de nuestra época,
lo conocen todos: nada tienen que hacer en la segunda vuelta los sectores
centristas. No es hora de armar inútiles y apresurados revoltijos electorales.
No hay cómo corregir el enorme disparate cometido al resistirse los líderes de
los partidos democráticos a reconocer en el momento oportuno lo que era
evidente:
El centro, los sectores políticos racionales, podían aspirar
a competir en la segunda vuelta sólo si se unían y sólo si esa unión apoyaba a
una figura de enorme relieve personal, con la característica especialísima de
no cargar con ningún pasivo del gobierno que concluye. Hasta el cansancio se
dijo aquí, en OIGA, que no bastaba una simple alianza AP-PPC. Había que generar
una mística más amplia, renovados impulsos de libertad, democracia, eficiencia
e inquietud social. Pero por vanidad, por ceguera o por lo que fuere -se dice
que los dioses ciegan a quienes quieren perder- no se quiso ver lo evidente.
Ahora nos corresponde emitir un voto de conciencia, o sea de respaldo a la
propia bandería.
La democracia es en esencia pluralismo, oportunidad para
todas las tendencias, es juego de partidos. Y fortalecer la vida de éstos es un
deber de los de demócratas. De tal modo que, al fracasar la oportunidad de una
alianza y al hacerse inútil reconstruirla por vía de los hechos no hay camino
mejor que el apoyar con el voto al propio partido. Se estimula así la auténtica
vida democrática, lo que dará robustez a las enmiendas que habrá que ir
montando para mañana y nos librará del arrebañamiento en derechas e izquierdas,
dando oportunidad a fecundos y diversos reagrupamientos futuros.
Hablar del voto ahora es, pues, llorar sobre leche derramada.
Más vale ocuparnos del punto cardinal del debate político de hoy y de mañana:
de la libertad de expresión y de la de prensa; de si la libertad para pensar,
crear, imaginar y criticar, mirándonos dentro y mirando nuestro exterior,
nuestra comunidad y sus necesidades, sus aspiraciones, sus inquietudes, sus
distintas hambres y toda su sed. Sigamos con el disco que a tanto disgusta a
algunos.
Varias denuncias de censura y algunos pronunciamientos
jeroglíficos sobre el tema de algunos candidatos -principalmente del candidato
aprista- han hecho voltear con horror la mirada del periodista nacional hacia
la noche del régimen militar, en el que nuestros medios de comunicación
estuvieron sometidos al capricho de la dictadura y a la ignominia de la
autocensura por temor.
Si hay algo que este gobierno ha querido respetar -hasta las
orillas de la obsesión- es la libertad de expresión, el derecho de los
ciudadanos a divulgar su sentir político e ideológico (en muchos casos su
dogmatismo, su bilis y hasta sus patológicas tendencias cainitas). Su
desentendimiento de los problemas de la prensa llegó al extremo de no
preocuparse en saber si varias de sus propias disposiciones en materia de
impuestos y gravámenes aduaneros eran auténticos atentados contra la libertad
de expresión.
En estos años, ha quedado ratificado que la libertad de
prensa -con todas sus imperfecciones- está vinculada al derecho -individual o
colectivo- de montar una empresa de comunicación, y a través de ella, opinar e
informar de acuerdo a su criterio, sin más limitación que su conciencia, en el
orden moral, y los códigos comunes, en el campo legal. Sólo así puede la prensa
respirar en libertad.
Todo lo que se le quiera añadir a la libertad de prensa para
perfeccionarla -y conste que admitimos que está llena de imperfecciones- debe
hacérsenos sospechoso. De esos cantos de sirena han partido los más grandes
atentados contra la libertad de prensa. Cuando se comienza hablar de que las
mayorías no tienen voz ni voto en las empresas periodísticas, se termina por
reclamar la intervención del Estado, intervención que cuando no es amordazadora
es lamentable en calidad profesional, salvo excepciones que confirman la regla.
Se olvida que en la mayoría de los países democráticos -entre ellos el Perú
todas las tendencias, hasta las más extremistas, encuentran acogida en las
muchas y variadas empresas que en ellas prosperan libremente. La perfecta
libertad de prensa, basada en la entrega de papel, tinta e impresora a cada
ciudadano, es una ilusión, un absurdo, una utopía que, desgraciadamente, sirve
para que los defensores de la prensa sumisa, monocorde y onanista del mundo
totalitario tengan argumentos contra nuestra imperfecta libertad.
En la imperfectísima libertad de prensa que rige en el Perú y
que es necesario no tratar de perfeccionar porque la destruiríamos, los
distintos sectores ideológicos del país están en capacidad de hallar cómo
expresarse libremente sin control ni vigilancia del Estado, supervisión y
patrocinio que siempre -siempre- han sido funestos para la libertad, aun en las
civilizadas naciones europeas donde la TV es estatal, dadas las singulares
características de este medio. Aunque tanto en Inglaterra, como en Italia,
Francia y España, hay descontento por la presencia del Estado en la TV,
abriéndose ya paso a la TV privada y propiciándose en algunos sectores la idea
de llegar a un sistema -similar al norteamericano- por medio del cual los canales
-que el Estado otorga en concesión serían como grandes imprentas que editarían
programas propios de la empresa concesionaria -que es lo que ocurre en el Perú-
y que también podrían pasar programas editados por terceros, en responsabilidad
total del editor. Sería cuestión de acuerdos empresariales como el de un
periódico o una revista que contrata la impresión en una imprenta, sin que ésta
asuma ninguna responsabilidad por lo que esas publicaciones opinen e informen y
sin que pueda tampoco intervenir en la línea editorial ni periodística de los
papeles que imprime. La falta de una idea clara al respecto es lo que hace que
haya quienes hablen de atentados contra la libertad de expresión en casos donde
lo que ha habido es un desentendimiento entre un funcionario a sueldo y su
empresa. Otra cosa sería -muy distinta- si un programa editado por terceros
contrata espacio en una televisora y es censurado. Allí sí el atentado contra
la libre expresión queda patente.
Nos acercamos a una de las pocas transiciones democráticas de
nuestra historia, lo cual debería significar, por lo menos en el campo de las
libertades públicas, una continuidad invariable. Sin, embargo, algunos partidos
políticos, temerosos de verse descubiertos por la prensa fiscalizadora, pierden
los papeles y ejercen presiones indebidas sobre ciertos medíos de comunicación,
o se pronuncian con frases ambiguas, detrás de las cuales se esconde una cierta
voluntad de control. Se hace hincapié en la necesidad de
"democratizar" a la prensa, de volverla "realmente
pluralista" ¡sin entender que nadie puede obligar a un medio de
comunicación a sostener puntos de vista contrarios a su línea y que hacerlo,
bajo eufemismos de "libertad de prensa verdaderamente democrática",
no es sino una forma de ejercer control! Debemos, pues, exigir de todos los
partidos políticos un compromiso de fe con el derecho a la crítica y la
información, y una promesa escrita -como ha pedido Enrique Chirinos Soto- de
apego a ciertas normas constitucionales indispensables para nuestra libertad.
Mucho han dicho los políticos sobre el tema, y los periódicos
han orientado su participación en el debate de la manera que mejor les ha
parecido. Hemos querido en OIGA reunir la palabra de periodistas de distinto
tinte político sobre este tema crucial, para ver cómo opinan ellos sobre la
libertad de expresión y qué esperan, en este campo, del próximo gobierno.
En algunos .casos se trata de la opinión de políticos que
antes fueron periodistas y, en otros, de periodistas que continúan en la
profesión. La encuesta fue hecha por Alvaro Vargas Llosa. A continuación los
testimonios:
Enrique Chirinos S.
EN el Perú, gozamos hoy de una irrestricta libertad de
expresión. La libertad degenera en libertinaje y no reconoce límite alguno, ni
siquiera el del honor y la dignidad de las personas, en el caso del periodismo
rojo y amarillo. Es lamentable. Pero tengo dicho ya que, como ciudadano, como
periodista y como parlamentario, prefiero el exceso de libertad que su eclipse.
Más nos vale a todos tener, si se quiere, demasiada libertad para expresamos,
que no tener ninguna.
Ese bien inestimable de la libertad de expresión nos fue
restablecido el 28 de julio de 1980 al disponer el gobierno constitucional la
devolución de los medios de comunicación social a sus legítimos dueños. La
dictadura comenzó por tratar de amedrentar al periodismo mediante una norma
represiva a la que irónicamente se llamó "estatuto de libertad de
prensa". Mas tarde, se adueñó de los diarios "Expreso" y
"Extra" y los entregó a los comunistas, según dijo el dictador, para
que éstos le sirvieran de mastines en la lucha contra la oligarquía.
Además, la dictadura tomó para sí el control mayoritario de
las acciones en los canales privados de televisión y en cuanta radioemisora le
vino en gana. Por último, en acto de verdadero delirio, confiscó todos los
diarios de Lima que todavía eran independientes. El aprismo oficial mantuvo
entonces silencio como una especie de declaración de neutralidad. De esa tarea
depredatoria, que canceló la libertad de expresión, fueron cómplices y
beneficiarios los comunistas, muchos de los caballeros de la extrema izquierda
hoy convertidos en apóstoles de la libertad y en apasionados defensores de los
derechos humanos -uno de los más elementales es, por cierto, el de expresar
libremente el pensamiento de viva voz y por escrito-.
Al debatirse formalmente en el Congreso la ley de restitución
de los medios de comunicación social a sus legítimos propietarios, el aprismo y
la extrema izquierda se opusieron con todas sus fuerzas, que eran
afortunadamente escasas para la ocasión. El aprismo preconizaba a la sazón la
tesis de la entrega de los diarios a sus trabajadores, como si los buques de la
Armada tuvieran que entregarse a los marineros, y los cuarteles a los soldados.
Todavía resuenan en mis oídos los elocuentes discursos de mi ilustre y
equivocado amigo, el diputado Javier Valle Riestra. Tenía yo entonces que
retirarme del hemiciclo para no tener que votar en contra de mi conciencia. Ese
fue, sin duda, uno de los móviles que, con acción apenas retardada, me
determinaron a alejarme del partido fundado por Víctor Raúl Haya de la Torre.
El candidato presidencial de la extrema izquierda ha dicho,
con su mejor aire presbiteriano, que respetará la libertad de expresión. Pero
no basta la palabra de honor de nadie para asegurar el destino de la democracia
en nuestro país. Porque la ideología de la que se nutre el doctor Barrantes y
los partidos que lo apoyan, aborrecen la libertad de expresión. La han abolido
allí donde han triunfado, aunque digan naturalmente -como decía la dictadura
entre nosotros- que su libertad de expresión" entre comillas es la única
auténtica, y que la nuestra, la que todos ejercernos y defendemos, es una despreciable
libertad burguesa.
El candidato presidencial del APRA, diputado Alan García
Pérez, ha dicho igualmente, y ha reiterado en más de una ocasión, que respetará
la más irrestricta libertad de expresión. Así mismo ha dicho que "La
Crónica", el diario del gobierno, será entregado a sus trabajadores. Me
permito preguntar: ¿a sus trabajadores apristas? ¿Ese es porfiadamente el
modelo de propiedad para los medios de comunicación social que el aprismo
insiste en proponer, y que impondrá, en caso de llegar al poder" ¿También
"El Comercio" será entregado a sus trabajadores, sin perjuicio de
afirmar enseguida o paralelamente que ésa es en adelante la auténtica libertad
de expresión, y que la libertad de empresa no es libertad de prensa?
Si el candidato marxista y el candidato aprista de buena fe
prometen respetar la libertad de expresión, entonces no deberían tener
inconveniente en asumir el compromiso que me permito sugerir: obligarse en
documento solemne, ante Notario Público, a no proponer -ni por sí ni por medio
de los parlamentarios que le sean adictos- enmienda alguna en el articulado
constitucional relativo a la libertad de expresión, y a no proponer expropiación,
disfrazada o no, de medios de comunicación social ni fórmulas para la presunta
entrega, de éstos a sus trabajadores.
Carlos Urrutia
TODOS los candidatos han ofrecido respetar la libertad de
prensa y algunos, con solemnidad, han asegurada que "la ampliaremos aún
más". En la hora del repique de campanas, las de bronce y las de barro,
hacen talán.
No es serio negar ahora la existencia de la libertad de
prensa en el Perú, pero tampoco lo es negar que las grandes mayorías del país
no tienen acceso a los medios masivos de comunicación. El derecho de los pocos
que tienen la enorme capacidad de inversión como para producir un diario o una
estación de televisión, está más defendido que el derecho de muchos que sólo
tienen su opinión y el deseo de compartirla masivamente.
La conquista de la libertad de prensa es un proceso que
compromete al conjunto de nuestra sociedad. No puede alcanzarse por una ley,
por más que en su espíritu contenga lo mejor del principio, ni basta un buen
diario para garantizarla. Por esto, la libertad de prensa que tenemos es la que
refleja la situación de crisis social y moral que vivimos: así como la que
teniamos reflejaba el poder oligárquico de cuatro familias. Vivimos una
transición, o lo que es lo mismo, confiamos que la situación actual no será
permanente, y tenemos una libertad de prensa de transición.
Dos grandes amenazas péndulan desde el poder, como una espada
de Damocles sobre la libertad de prensa: los intereses del Estado y los
intereses de la empresa privada. Ni el parametraje oficial ni la clausura del
programa Visión del Canal 4, son modelos para la democracia avanzada hacia la
cual parece marchar el país. Nos parece de primera importancia que los
candidatos nos digan cómo van a resolver la contradicción entre los propietarios
de los medios y la expresión diversa y plural del país.
Decíamos que la actual situación es expresión de la crisis
porque en otros países hay excelentes canales estatales de televisión (Italia)
y notables diarios de forma cooperativa ("Le Monde" de París) y
buenísimos diarios de empresa privada ("El País" de Madrid). En un
país como el nuestro, esta pluralidad de formas sólo es posible lograrla con
una decidida participación estatal: de ahí que el problema de fondo es
político. En la arena electoral se pueden capear los toros, pero en los hechos,
el próximo gobierno tendrá que vérselas cara a cara con este problema, que es
vital para el avance de la democracia peruana.
No podemos olvidar que un medio de comunicación aumenta el
poder de sus propietarios, por lo que una mal entendida libertad de prensa
puede resultar siendo un factor de concentración de poder, y de deterioro
democrático. Con cinco canales de televisión, diez diarios y centenares de
radios, tenemos un pueblo desinformado y desconcertado frente al sistema de
votación con que elegirá a sus próximos mandatarios, pero paralelamente,
podemos ver el inocultable poder de un sector de los propietarios de medios de
información.
Democratización de la propiedad de prensa versus
concentración del poder de informar, es el problema que tendrá que resolver el
próximo gobierno para responder a la pregunta: ¿por quién doblan las noticias?
Elsa Arana F.
CASI inútil resulta hacer preguntas sobre la necesidad de
libertad de prensa o de expresión en el mundo. Quienes hemos gozado -y gozamos-
del privilegio de su ancho espacio, y quienes hemos sido víctimas de su
ausencia, sabemos que con ella disfrutamos de la plena condición humana. Sin
ella, estamos reducidos a balbucear en la clandestinidad, a sufrir destierro, a
soportar el oprobio del poder totalitario. Ningún gobierno representativo -lo
dijo Chateaubriand- puede existir sin libertad de prensa.
Los abusos que se hacen de esa libertad no son imputables a
la ley que la protege (en este caso, la Constitución del Estado). Creo que
quienes tenemos la responsabilidad de informar, de opinar, de guiar a la
opinión pública estamos obligados a respetar el bien común, que es el derecho
de los demás. En suma, el de nuestro prójimo.
Alejandro Miró Quesada
ES difícil exponer, en el limitado espacio de unas
declaraciones, el profundo y amplio significado de la libertad de prensa. Creo
que, periodísticamente hoy, más que definiciones teóricas, lo que interesa es
analizar la importancia que ella tiene dentro del actual proceso electoral.
La libertad de prensa está basada en el derecho innato del
hombre a expresarse libremente. Así como el ciudadano debe tener libertad para
opinar, los medios de comunicación representantes de la opinión pública, deben
gozar del mismo derecho. Por ello, la libertad de prensa figura, desde un
principio, como fundamento general de toda constitución y representa una de las
garantías esenciales para el libre ejercicio democrático de un país. No hay que
olvidar que la libertad de prensa es el árbol frondoso bajo el cual se cobijan
todas las otras libertades; talado aquél, éstas quedan indefensas y son
arrasadas por el huracán de las dictaduras. Es la razón por la cual existen
muchos casos en que los ciudadanos se han levantado en defensa de la libertad
de expresión, al comprender que no sólo defendían los derechos de los medios de
comunicación, sino su propio derecho a pensar expresarse libremente, y
enfrentarse al abuso del gobernante o a la prepotencia del poderoso.
El Perú es un claro ejemplo de ello: las primeras
manifestaciones contraria, al régimen de Velasco en Lima, fueron a raíz de la
toma de los diarios por la dictadura y, cuando en mayo de 1980 se conocían los
resultados de la votación electoral, tanto en el panel del canal de televisión
como, posteriormente, en el reportaje del candidato victorioso, Fernando
Belaúnde Terry , el primer problema que se trató, en un caso como en el otro, fue
el de la restauración de la libertad de prensa y la devolución de los diarios a
sus legítimos dueños. El pueblo había avalado así, con su votación mayoritaria,
el ofrecimiento de Acción Popular de devolver la libertad de expresión, y los
hechos habían demostrado que éste constituía el más importante problema a
resolver.
Hoy, ante las insoslayables definiciones que exigen un
proceso electoral y las dudosas posiciones de algunos partidos, el ciudadano
quiere saber si se va a respetar o no, el derecho que ha ganado a su libertad
de expresión. Es, pues, una obligación de todo partido político que se jacta de
democrático, expresar clara y contundentemente su público compromiso de
respetar la libertad de prensa. Sería paradójico que quienes lleguen al poder por
la vía democrática, no respeten, el día de mañana, este derecho, que es condición
básica de toda democracia.
El ciudadano de hoy es consciente de todo lo que significa
para él la libertad de expresión y, por lo tanto, tiene el derecho a exigir que
quienes pretenden gobernar el país les garanticen previamente esa libertad.
Libertad de prensa que no sólo implica el derecho a poder crear libremente
cualquier órgano de expresión, sino también, el derecho del individuo a escoger
el periódico que quiera, o a esparcir, usando de la prensa noticias y
opiniones.
Arturo Salazar Larraín
LA libertad de expresión, la libertad de prensa, no se sacan
de la manga. Son el resultado social de una continuidad, son el fruto de la
perseverancia, del equilibrio de esos dos factores seculares del problema: el
periodista y el poder, la pluma y la espada.
Tras el largo eclipse de la dictadura, la primavera de estos
años hizo florecer, como diría Mao, mil flores sobre la sociedad peruana.
Algunas de ellas de horrendo perfume. Estamos, por ello, en el proceso de
ajuste.
Lo peor que podría suceder es interrumpir ese proceso de
ajuste natural en que periodistas, poder, empresas y lectores encuentren su
propio nivel. Eso vendrá de todas maneras. Por eso hay que tener paciencia,
como algunos estamos demostrando.
Por eso tengo el temor de las impaciencias del poder y
también, de las tentaciones del poder. Los años que vienen serán no sólo
difíciles sino duros. El caballo es chúcaro. A la primera de bastos el jinete
sentirá la tentación de las espuelas. Sería el desastre.
Lo que está pasando en estos días no es la mejor antesala.
Cualquiera que sea la verdad de las cosas, lo cierto es que han sembrado dudas
consistentes. Quienes ejercen y ejercerán el poder y quienes ejercen y
ejercerán la profesión (de la que es indesligable la empresa) deben pensar que
está de por medio la consolidación o la destrucción o deterioro de un valor
social básico: las libertades de expresión y de prensa. La continuidad es
fundamental. Las mil flores de Mao deben tener, sin excepción el perfume
natural y agradable que espera la sociedad peruana.
4 comentarios:
LA suerte electoral está echada. Los dados ruedan sobre la mesa y el resultado, salvo milagros o cataclismos que no son de nuestra época, lo conocen todos: nada tienen que hacer en la segunda vuelta los sectores centristas. No es hora de armar inútiles y apresurados revoltijos electorales. No hay cómo corregir el enorme disparate cometido al resistirse los líderes de los partidos democráticos a reconocer en el momento oportuno lo que era evidente:
El centro, los sectores políticos racionales, podían aspirar a competir en la segunda vuelta sólo si se unían y sólo si esa unión apoyaba a una figura de enorme relieve personal, con la característica especialísima de no cargar con ningún pasivo del gobierno que concluye. Hasta el cansancio se dijo aquí, en OIGA, que no bastaba una simple alianza AP-PPC. Había que generar una mística más amplia, renovados impulsos de libertad, democracia, eficiencia e inquietud social. Pero por vanidad, por ceguera o por lo que fuere -se dice que los dioses ciegan a quienes quieren perder- no se quiso ver lo evidente. Ahora nos corresponde emitir un voto de conciencia, o sea de respaldo a la propia bandería.
La democracia es en esencia pluralismo, oportunidad para todas las tendencias, es juego de partidos. Y fortalecer la vida de éstos es un deber de los de demócratas. De tal modo que, al fracasar la oportunidad de una alianza y al hacerse inútil reconstruirla por vía de los hechos no hay camino mejor que el apoyar con el voto al propio partido. Se estimula así la auténtica vida democrática, lo que dará robustez a las enmiendas que habrá que ir montando para mañana y nos librará del arrebañamiento en derechas e izquierdas, dando oportunidad a fecundos y diversos reagrupamientos futuros.
Hablar del voto ahora es, pues, llorar sobre leche derramada. Más vale ocuparnos del punto cardinal del debate político de hoy y de mañana: de la libertad de expresión y de la de prensa; de si la libertad para pensar, crear, imaginar y criticar, mirándonos dentro y mirando nuestro exterior, nuestra comunidad y sus necesidades, sus aspiraciones, sus inquietudes, sus distintas hambres y toda su sed. Sigamos con el disco que a tanto disgusta a algunos.
Varias denuncias de censura y algunos pronunciamientos jeroglíficos sobre el tema de algunos candidatos -principalmente del candidato aprista- han hecho voltear con horror la mirada del periodista nacional hacia la noche del régimen militar, en el que nuestros medios de comunicación estuvieron sometidos al capricho de la dictadura y a la ignominia de la autocensura por temor.
Si hay algo que este gobierno ha querido respetar -hasta las orillas de la obsesión- es la libertad de expresión, el derecho de los ciudadanos a divulgar su sentir político e ideológico (en muchos casos su dogmatismo, su bilis y hasta sus patológicas tendencias cainitas). Su desentendimiento de los problemas de la prensa llegó al extremo de no preocuparse en saber si varias de sus propias disposiciones en materia de impuestos y gravámenes aduaneros eran auténticos atentados contra la libertad de expresión.
En estos años, ha quedado ratificado que la libertad de prensa -con todas sus imperfecciones- está vinculada al derecho -individual o colectivo- de montar una empresa de comunicación, y a través de ella, opinar e informar de acuerdo a su criterio, sin más limitación que su conciencia, en el orden moral, y los códigos comunes, en el campo legal. Sólo así puede la prensa respirar en libertad.
Todo lo que se le quiera añadir a la libertad de prensa para perfeccionarla -y conste que admitimos que está llena de imperfecciones- debe hacérsenos sospechoso. De esos cantos de sirena han partido los más grandes atentados contra la libertad de prensa. Cuando se comienza hablar de que las mayorías no tienen voz ni voto en las empresas periodísticas, se termina por reclamar la intervención del Estado, intervención que cuando no es amordazadora es lamentable en calidad profesional, salvo excepciones que confirman la regla. Se olvida que en la mayoría de los países democráticos -entre ellos el Perú todas las tendencias, hasta las más extremistas, encuentran acogida en las muchas y variadas empresas que en ellas prosperan libremente. La perfecta libertad de prensa, basada en la entrega de papel, tinta e impresora a cada ciudadano, es una ilusión, un absurdo, una utopía que, desgraciadamente, sirve para que los defensores de la prensa sumisa, monocorde y onanista del mundo totalitario tengan argumentos contra nuestra imperfecta libertad.
En la imperfectísima libertad de prensa que rige en el Perú y que es necesario no tratar de perfeccionar porque la destruiríamos, los distintos sectores ideológicos del país están en capacidad de hallar cómo expresarse libremente sin control ni vigilancia del Estado, supervisión y patrocinio que siempre -siempre- han sido funestos para la libertad, aun en las civilizadas naciones europeas donde la TV es estatal, dadas las singulares características de este medio. Aunque tanto en Inglaterra, como en Italia, Francia y España, hay descontento por la presencia del Estado en la TV, abriéndose ya paso a la TV privada y propiciándose en algunos sectores la idea de llegar a un sistema -similar al norteamericano- por medio del cual los canales -que el Estado otorga en concesión serían como grandes imprentas que editarían programas propios de la empresa concesionaria -que es lo que ocurre en el Perú- y que también podrían pasar programas editados por terceros, en responsabilidad total del editor. Sería cuestión de acuerdos empresariales como el de un periódico o una revista que contrata la impresión en una imprenta, sin que ésta asuma ninguna responsabilidad por lo que esas publicaciones opinen e informen y sin que pueda tampoco intervenir en la línea editorial ni periodística de los papeles que imprime. La falta de una idea clara al respecto es lo que hace que haya quienes hablen de atentados contra la libertad de expresión en casos donde lo que ha habido es un desentendimiento entre un funcionario a sueldo y su empresa. Otra cosa sería -muy distinta- si un programa editado por terceros contrata espacio en una televisora y es censurado. Allí sí el atentado contra la libre expresión queda patente.
Nos acercamos a una de las pocas transiciones democráticas de nuestra historia, lo cual debería significar, por lo menos en el campo de las libertades públicas, una continuidad invariable. Sin, embargo, algunos partidos políticos, temerosos de verse descubiertos por la prensa fiscalizadora, pierden los papeles y ejercen presiones indebidas sobre ciertos medíos de comunicación, o se pronuncian con frases ambiguas, detrás de las cuales se esconde una cierta voluntad de control. Se hace hincapié en la necesidad de "democratizar" a la prensa, de volverla "realmente pluralista" ¡sin entender que nadie puede obligar a un medio de comunicación a sostener puntos de vista contrarios a su línea y que hacerlo, bajo eufemismos de "libertad de prensa verdaderamente democrática", no es sino una forma de ejercer control! Debemos, pues, exigir de todos los partidos políticos un compromiso de fe con el derecho a la crítica y la información, y una promesa escrita -como ha pedido Enrique Chirinos Soto- de apego a ciertas normas constitucionales indispensables para nuestra libertad.
Mucho han dicho los políticos sobre el tema, y los periódicos han orientado su participación en el debate de la manera que mejor les ha parecido. Hemos querido en OIGA reunir la palabra de periodistas de distinto tinte político sobre este tema crucial, para ver cómo opinan ellos sobre la libertad de expresión y qué esperan, en este campo, del próximo gobierno.
En algunos .casos se trata de la opinión de políticos que antes fueron periodistas y, en otros, de periodistas que continúan en la profesión. La encuesta fue hecha por Alvaro Vargas Llosa. A continuación los testimonios:
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