FONDO EDITORIAL REVISTA OIGA

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AMADOR GARCIA: PAGO CON SU VIDA DESCUBRIR LA VERDAD

La verdad nunca se apaga

La columna vertebral de todo medio de comunicación la constituyen sus editoriales, es decir los principios y opiniones que sustentan y defienden sus editores. En el caso de “Oiga”, la sección editorial tuvo siempre una expresión clara y rotunda, no solo enjuiciando sino dando alternativas. La búsqueda de los ¿por qué? Siempre preocuparon a Igartua y sus colaboradores, sin dejar de lado –por supuesto- el ¿qué?, ¿quién?, ¿cómo?, ¿dónde? y ¿cuándo? que configuran al buen periodismo. Las palabras, como las promesas, suelen ser efímeras en boca de algunas personas; los editoriales de Oiga, en cambio, permanecen aún incólumes, vigentes, con la plenitud de su carga testimonial para incomodidad de muchos protagonistas de la escena política, porque si bien Igartua ya ha muerto su palabra aún vive.

sábado, 15 de agosto de 2009

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL - POR QUE NOS IRRITA AMNESTY - Revista Oiga

NATURALMENTE que causa irritación la lectura del informe de Amnistía Internacional sobre la violencia en el Perú; más aún si se hace como lo hemos hecho nosotros- una lectura detenida de él. Es verdaderamente enervante para personas medianamente enteradas de la actualidad y realidad peruanas el ver escritas, bajo el manto sin duda prestigioso -y por ello más ponzoñoso- de Amnistía Internacional, tal cantidad de asombrosas patrañas sobre nuestro país. Leyendo "Perú: tortura y ejecuciones extrajudiciales" se comprende que haya perdido los papeles el presidente Belaunde: un hombre en extremo ponderado, ya maduro, siempre cauto, cuyo principal defecto desde la óptica nacional había sido, en la cuestión del terrorismo, dudar demasiado en decidirse a emplear la fuerza militar para combatirlo. El temor de Belaunde a que los métodos castrenses -que no pecan de evangélicos en ningún lugar del mundo- pudieran empañar la imagen de la democracia peruana, hizo que se empecinara durante demasiado tiempo en mantener la zona de la guerrilla sólo bajo protección policial; con lo que resultaba favorecido el terrorismo, sin que se librara la democracia peruana de espectáculos bochornosos como la salvaje matanza de tres senderistas hospitalizados en Ayacucho, ejecutada, por varios policías republicanos. Crimen sin duda imputable a quienes lo cometieron, y que no ha quedado impune, pero en el que comparten responsabilidad los iniciadores de la "guerra popular" -Sendero y no la policía- y la horrenda realidad peruana, producto de los males de una República que ha tenido pocas horas de democracia y muchas de dictadura.

Se comprende, pues, aunque no se justifique, que el presidente Belaunde haya echado "al tacho de basura" un informe en el que se le imputa nada menos que el delito de genocida y que se le reprenda porque, en uso de la legislación democrática nacional, haya entregado al mando militar la zona convulsionada por la guerrilla senderista; que es lo mismo que ha hecho la "civilizada" Inglaterra en Irlanda del Norte (territorio, por lo demás, en el que la corona británica está introducida no por el derecho sino por la fuerza).

Sin embargo, tampoco deja de irritar que el gobierno, su aparato de difusión y propaganda, muestre tanta incapacidad para responder a las falsedades de Amnistía Internacional. Porque eso, clamorosas falsedades manipuladas con intencionalidad, es el folleto que esta entidad, radicada en Londres, está distribuyendo por el mundo entero. Salir al terreno internacional con inteligencia, con verdades en la mano, con refutaciones claras a las calumnias de Amnistía, es tarea impostergable del gobierno, si no quiere que el Perú quede ante el mundo como un país de salvajes y de malvados. No hay que olvidar que quien acusa al gobierno peruano luce prestigio internacional y exhibe nada menos que un Premio Nobel. También hay que admitir que todo lo que se pueda decir, alegar y probar en los medios de difusión nacionales serán, por desgracia, voces en el desierto y en nada corregirán la corriente de descrédito mundial que Amnistía ha generado contra la imagen de la democracia peruana, a la que pertenecemos todos: gobierno, oposición y periodismo independiente. En la tribuna de la prensa mundial por lo tanto, aunque sea con avisos, debe hacerse presente el Perú.

Sin embargo, como consuelo, habrá que desenmascarar entre nosotros las patrañas de Amnistía Internacional. Por lo menos démonos el gusto de probar a nivel nacional que los "prestigiosos" señores de Londres son unos mentirosos mal intencionados.

Porque las acusaciones de Amnistía Internacional no son vaguedades como, con ligereza, han comentado algunos ministros. Quienes nos hemos dado el trabajo de leer con atención sus 72 páginas (tres de "nota de prensa", tres para actualizar la "resurrección" de uno de los "muertos" del informe y sesentaises de "Carta al presidente Belaunde") nos damos con denuncias muy precisas, sustentadas eso sí en gruesas falsedades o medias verdades que, para mayor vergüenza de Amnistía Internacional, fueron ampliamente esclarecidas a su tiempo en la prensa nacional, cuando esas mismas falsedades fueron expuestas aquí por la extrema izquierda peruana.

Los defensores a ultranza de Amnistía Internacional -en las actuales circunstancias los políticos y periodistas de la ultra izquierda- pretenden que aceptemos como dogma de fe, los informes de esa institución "porque ganó el Premio Nobel de la Paz en 1977 y es una entidad respetable". De esta manera, el galardón es usado como un escudo o patente de corso para amparar cualquiera de sus pronunciamientos, independientemente de su verdad o falsedad. Y esta maniobra, que constituye grueso contrabando, no puede dejar de irritamos.

Amnistía Internacional no está santificada "por secula seculorum" por haber sido laureada con ése premio. Es más, ya resulta más que conveniente plantear que sus integrantes empiecen a responder ante alguna autoridad internacional -de carácter jurídico o moral- por las difamaciones y calumnias en que puedan incurrir tal como ha acontecido flagrantemente en el caso peruano.

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